La tecnología no nos atropelló, pasó caminando a nuestro lado

Por: Paul Estrella

Una reseña personal de cómo cambiaron las herramientas, los canales y las promesas, mientras nosotros seguíamos comunicándonos.

Hubo un tiempo en que el computador era el centro del universo. El navegador era el campo de batalla y las aplicaciones, plugins y extensiones peleaban por un espacio en nuestra atención. Flash, Java, toolbars que prometían productividad y terminaban robando memoria. Todo ocurría ahí, dentro de una pantalla, con el mouse como extensión natural de la mano.

En ese momento la innovación se sentía ruidosa, visible, casi invasiva.

Luego apareció el smartphone y lo cambió todo, sin pedir permiso. No fue inmediato, y probablemente por eso no lo vimos venir. El navegador dejó de ser tan importante, la web dejó de ser el centro y la aplicación pasó a ser la unidad básica de interacción. Ya no buscábamos tanto, tocábamos. El pulgar reemplazó al mouse y el tiempo de atención se fragmentó en gestos cortos y repetidos. La industria entera empezó a moverse de nuevo, con Apple y Google marcando el ritmo, Samsung empujando desde el hardware, y decenas de soluciones intentando posicionarse antes de que el tablero se cerrara.

En esos años, mientras hablábamos de Voz sobre IP, alguna vez dije —medio en broma— “pensamientos over IP”. Sonaba exagerado, casi ridículo. La VoIP misma parecía forzada para muchos: llamadas que no siempre sonaban bien, latencias, configuraciones extrañas. Pensar que algún día transmitiríamos pensamientos parecía ciencia ficción barata.

Hoy no transmitimos pensamientos, pero sí intenciones que se convierten en acciones. Decimos algo y un sistema actúa. Pedimos algo y ocurre. Si algún día lográramos trasladar directamente lo que pensamos a una acción concreta, el mundo sería, en cierto sentido, telequinético. Tal vez no lleguemos ahí, pero estamos mucho más cerca de lo que pensábamos.

Con el tiempo entendí que muchas soluciones no fallaron por malas, sino por no entender el contexto. La tecnología no se aplica igual en todos los países, en todas las industrias, ni en todas las realidades. Hubo productos brillantes que no supieron mirar más allá de su mercado original. Soluciones diseñadas para un mundo con conectividad perfecta, costos bajos y hábitos homogéneos, que simplemente no encajaron en otros entornos. No siempre ganó la mejor tecnología; ganó la que entendió mejor a las personas.

Y mientras todo eso pasaba, WhatsApp crecía en silencio.

Sigo asombrado por la paciencia que tuvo META con esa plataforma. Sin apuro, sin movimientos bruscos, dejándola crecer hasta convertirse en algo difícil de ignorar. Hoy es un monstruo imparable, incómodo en algunos aspectos, omnipresente en otros. META se ha convertido, nos guste o no, en una especie de dictador benévolo: concentra poder, define reglas, y al mismo tiempo mantiene un servicio del que depende buena parte del planeta. No sé si eso es bueno o malo, pero es real.

Recuerdo cuando Skype empezó a mostrarle al mundo que la voz podía viajar por internet. No le aposté al cien por ciento, pero fue imposible no reconocer su impacto. Skype, junto con Asterisk, cambió para siempre la forma en que hablamos. En 1995, un minuto de llamada entre Perú y Ecuador costaba alrededor de siete dólares. Hoy, gracias a la Voz sobre IP, son centavos, o nada.

Skype murió oficialmente este año, pero su legado es enorme (nos dejó cercanía y a Opus). Hay tecnologías que desaparecen después de haber cumplido su misión, y eso también es una forma de éxito.

Me sorprende, todavía hoy, la cantidad de gente que usa Teams. Lo siento, pero me parece una terrible plataforma. Funciona, sí, está integrada, sí, pero eso no la hace buena. Su adopción masiva dice más sobre imposición y ecosistemas cerrados que sobre calidad de experiencia. Y eso también es parte de esta historia: no todo lo que se usa es querido.

A pesar de todo, la voz sigue siendo importante. Tal vez es nostalgia, o tal vez es algo más profundo. Hablar nos acerca. En una llamada puedo saber si alguien está bien, si está molesto, si duda, si sonríe. El chat es eficiente, escala mejor, deja registro, pero no transmite lo mismo.

Dejar de hablar, en cierto modo, nos aleja.

La inteligencia artificial llegó tarde a mi radar. No era algo en lo que pensara seriamente antes del 2020. Y sin embargo, desde ahí, su crecimiento ha sido exponencial. Algo parecido a lo que ocurrió con el smartphone, pero con alcances muy distintos. La IA no solo amplifica lo que hacemos, empieza a reemplazar procesos completos. Podría, tranquilamente, hacerse cargo de gran parte de lo que hoy consideramos trabajo tecnológico. Lo que nos aterra no es que lo haga mal, sino que lo haga bien.

Mirando hacia atrás, la tecnología no nos atropelló. Pasó caminando a nuestro lado. A veces la miramos con fascinación, otras con escepticismo, y muchas simplemente la adoptamos porque no había alternativa. Algunas cosas desaparecieron, otras se volvieron invisibles de tanto éxito.

Y nosotros seguimos aquí, hablando, trabajando, adaptándonos… intentando no perder lo más humano en el camino.

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