Hace algunos años en México en una conversación durante el almuerzo hablábamos de las distancias que había en la ciudad, entonces uno de los comensales dijo, «yo manejo dos horas en la mañana para ir a la oficina y dos horas en la noche para volver a casa». Yo le pregunté cómo se las arreglaba para ver a su familia, él dijo que realmente entre semana no tenía oportunidad de verlos.
Luego durante varios años después de esa ocasión visité Bogotá, Lima, Buenos Aires y cada vez que me tocaba un tráfico enredado me acordaba de la conversación. Lo que no pregunté durante ese almuerzo era si él se sentía contento con su calidad de vida, quizás hubiera conseguido una respuesta diplomática eludiendo la respuesta en si, o a lo mejor me hubiera respondido un «qué te importa», que hubiera sido en realidad una respuesta fantástica.
En lo personal me importa mucho, siempre que tengo oportunidad analizo los potenciales de vivir en una ciudad grande, es probable que ciertos servicios y el acceso a la educación y medicina sean superiores a los de ciudades más pequeñas, pero aunque el número de cosas a favor sea superior a los puntos en contra, no evito subrayar con insistencia ese calidad de vida que no pregunté en México. ¡Ese solo factor descalifica a cualquier beneficio!
La realidad es que a medida que pasen los años las ciudades grandes que por lo general son ejes de desarrollo o ejes del comercio, seguirán poblándose cada vez más. En un momento la vivienda, alimento y servicios tendrán un costo adicional debido a su limitada disponibilidad. Ya pasar dos horas de viaje hacia el trabajo no será el único factor a tomar en cuenta.
¿Las tecnologías de información pueden ser un factor que mejore nuestra vida?
Esta fue una pregunta que me plantee hace un par de años y aprovechando que yo trabajaba en la generación de producto y que en ese momento estábamos maximizando aplicaciones de usuario final, empecé a experimentar el trabajo remoto en espacios de hasta 5 días fuera de la oficina. Al principio me tomó tiempo reorganizarme, adaptarme a la idea de que nadie me va a decir lo que tengo que hacer, que tengo que tener claro el objetivo y la responsabilidad de ejecutarlo. Una vez que lo entendí, adecué un espacio muy cómodo en mi casa y empecé a faltar a la oficina.
La primera observación que hice esa semana fue que avancé más rápido en muchas cosas, no había interrupciones constantes, programaba reuniones en las cuales mantenía el tiempo y el tópico a tratar. De cuando en cuando mi hijo entraba a mi oficina y nos quedábamos conversando de sus cosas, luego se iba y yo volvía a lo mío. Empecé a alimentarme mejor, comía en casa, me sentaba a la mesa con mi familia y estaba más enterado de las cosas cotidianas del hogar. A las 5 salíamos a caminar y como ya estaba acostumbrado a trabajar en casa si me faltaba algo me volvía a sentar para revisarlo brevemente.
El siguiente efecto que noté es que no tenía la necesidad de trabajar en exceso como cuando trabajaba en oficina; explico, muchas veces no alcanzaba a terminar el trabajo en oficina y tenía que sentarme de vuelta en casa hasta tarde y con un sentimiento de molestia ante esa necesidad, era parte de ese club que se dice workaholico porque no le queda otra que trabajar de más. Con el cambio disminuyó de manera radical la cantidad de trabajo extra.
Hoy que casi todo está en la nube (correos, crms, bases de datos, etc) y que hay cientos de plataformas de voz sobre IP (PBX-IP, Comunicaciones Unificadas, Telefonía), tenemos asegurada la comunicación. El siguiente paso debería venir de las empresas y de nosotros como empleados, siempre que haya una posibilidad de trabajar remoto, insistir en su implementación. Si las empresas hicieran un estudio de eficiencia aplicada al trabajo remoto, quizás se llevarían una sorpresa con varios indices, asistencia, puntualidad, alcance de objetivos.
El trabajo remoto puede ser también una forma de ayudar al medio ambiente, un vehículo menos en la calle es un punto menos de emisión de gases, sumemos a eso disminución de tráfico, disminución de uso de servicios de la ciudad, etc. Si siguiera contando la cantidad de cosas que se pueden volver beneficios pensarían que estoy describiendo una utopía y eso es porque no hay una intención seria de parte gubernamental al respecto. Hablamos de ciudades inteligentes, pero no estamos hablando de calidad de vida.
En mi última visita a Buenos Aires almorcé con dos personas de tecnología y volvimos a topar la conversación de hace unos años en México, esta vez yo pregunté cuánto tiempo hacían al trabajo y ambos me dijeron, ya no vivimos en Buenos Aires, «Con el tiempo nos dimos cuenta que no teníamos necesidad de trabajar en la misma oficina y que podíamos vivir un poco alejados de la ciudad». Lo que siguió después me convenció de que no era necesario preguntar por su calidad de vida, ambos me dijeron que en sus respectivas localidades el tráfico era minúsculo, pasaban tiempo con sus familias y si tenían que venir a la ciudad a visitar un cliente lo hacían sin problema.
¿Por qué entonces no se promueve el trabajo remoto? Hay quienes piensan que culturalmente no estamos listos, yo pienso diferente, los factores reales son el acceso a la tecnología y un mejor asesoramiento sobre su uso, la gente no sabe que puede trabajar en casa igual que si estuviera en su oficina. Otro factor y quizás el más importante es la legislación laboral, mientras no esté claro en la ley, ninguna empresa se va a arriesgar a tener empleados remotos. En Colombia ya se está legislando al respecto desde hace algunos años, principalmente para dar beneficio a personas con discapacidad que no pueden desplazarse a una oficina. En esto la telefonía IP ha sido una herramienta poderosa porque ha permitido incluir a muchas personas laboralmente, cumpliendo dos objetivos que se plantean como derecho universal, el derecho al trabajo y el derecho a tener una vida digna.
La conversación da para más, lo importante es que nos planteemos, ¿tengo la calidad de vida que quiero?